jueves, 10 de junio de 2010

Algunas disquisiciones sobre las influencias de Maquiavelo y Rousseau
en los escritos revolucionarios de Mariano Moreno
Lic. Jimena Álvarez Duranti, Lic. Rafael L. Briano


“Rara temporum felicitate,
ubi sentire que velis et que
sentias, dicere licet”
Tácito Lib. 1 hist.

El objetivo de este trabajo es intentar resaltar las influencias que tuvieron autores como Maquiavelo y Rousseau en el pensamiento y la obra de Mariano Moreno. Para lograr nuestro cometido analizaremos algunos de sus escritos del período revolucionario: los artículos publicados en la “Gazeta de Buenos Ayres”, el “Decreto de Supresión de Honores” y el documento secreto conocido póstumamente como “Plan Revolucionario de Operaciones”. Consideramos que a través de una relectura de este tipo es posible rescatar la vitalidad y agudeza de estos tres autores y, en especial, en el caso del secretario de la Primera Junta, dar cuenta de la inteligencia de su pluma y su capacidad para reflexionar acerca de los designios políticos y las arduas (y, a veces, ingratas) tareas a realizar durante una revolución que, en este caso particular, va a dar nacimiento a un nuevo Estado.
Consideramos que este objetivo de por sí válido, cobra un significación especial en el marco de la celebración del Bicentenario de la Revolución de Mayo. Por último y a modo de introducción, cabe mencionar que, en los últimos años, la figura de Moreno ha sufrido un profundo proceso de resignificación, su figura se ha revalorizado y popularizado hasta el punto tal que en los días que corren, en varias encuestas de opinión, ha sido elegido el prócer más importante en estos doscientos años de historia, según la consideración de la gente.


Breve reseña del camino revolucionario de Mariano Moreno

Mariano Moreno nació en Buenos Aires el 23 de septiembre de 1778 (el mismo año en que su admirado Rousseau fallecía). Se crió en Buenos Aires, cursando en la Escuela del Rey y el Colegio San Carlos, donde completó los estudios superiores de teología hacia el año 1798. Con 21 años comenzó a estudiar abogacía en la Universidad Real y Pontifical de Chuquisaca (hoy en día, Sucre, Bolivia), que por aquel entonces era una de las más renombradas en el sur de América. Allí tomó contacto por primera vez con grandes pensadores como Montesquieu, Smith, D'Aguesseau, Locke, Filangieri, Jovellanos, Solórzano y Raynal, entre otros. En sus escritos es posible descubrir influencias y referencias de varios de estos autores pero, sin duda, Rousseau fue quien más lo marcó.
En 1804 se graduó de abogado, con una tesis doctoral llamada: “Disertación Jurídica sobre el servicio personal de los indios en general y sobre el particular de Yanaconas y Mitarios”, donde condenaba el sometimiento de los aborígenes por parte de las autoridades españolas. Inspirado en Rousseau basaba su explicación en la creencia en el estado de naturaleza existente en las Américas al momento de la llegada de los conquistadores, de esta manera “ciudadanizaba” a los indios al sostener su estatus de libertad originario. Siguiendo este razonamiento, la codicia europea había condenado a los primeros habitantes del nuevo mundo a la esclavitud.
Su actividad profesional se vio comprometida al asumir la defensa de varios indios por los abusos cometidos por sus patrones y en sus alegatos acusaba al intendente de Cochabamba y al alcalde de Chayanta. “Con los diplomas de doctor en jurisprudencia y cánones bajo el brazo, las doctrinas de Rousseau y Montesquieu bullendo en la cabeza atormentada de inquietudes y la amargura de verse casi expulsado del Alto Perú por su devoción a la justicia, Moreno abandonó el país de los yanaconas”.
En 1805 fue nombrado Relator de la de la Audiencia y asesor del Cabildo de Buenos Aires. Desde muchos aspectos, puede sostenerse que, en el Virreinato del Río de la Plata (y, sobre todo, en su capital) los sucesos que continuaron a las fracasadas invasiones inglesas de 1806 y 1807, constituyeron una suerte de primigenia revolución política marcada por una participación y movilización ciudadana nunca antes vista, la destitución del Virrey Sobremonte, la elección en su lugar del ‘Héroe de la Reconquista” (el marino francés Santiago de Liniers) y la formación de milicias urbanas, entre otros hechos significativos. De esta forma comenzó a surgir cierto sentimiento de orgullo entre algunos criollos y un creciente desdén o rechazo con respecto al papel desempeñado por las autoridades legales nombradas por la Metrópoli.
Desde 1808, España se vio involucrada de lleno en las guerras napoleónicas y la resistencia del pueblo español a la invasión francesa dio lugar a la guerra de la independencia. En esta por demás compleja situación, el rey Carlos IV se vio obligado a abdicar y luego fue encarcelado en Bayona, Francia, junto con su hijo y heredero, Fernando VII. En este contexto, se organizaron Juntas provinciales en varios puntos de España y, más adelante, una Junta Central Gubernativa, cuyo último lugar de reunión fue Sevilla. Estas iniciativas se basaban en la idea del pacto monárquico: estando preso el rey Fernando VII, los reinos que le debían fidelidad reasumían su soberanía hasta que el monarca regresara al trono. El dominio español sobre los extensos territorios americanos estaba viviendo sus horas finales.
En 1809 Baltasar Hidalgo de Cisneros fue designado Virrey en medio de una situación de extrema debilidad política, militar y económica, ya que la guerra entre España y Francia dificultaba las transacciones comerciales y el puerto de Buenos Aires se encontraba paralizado, lo que redundaba en una disminución considerable de las rentas aduaneras. Existían además crecientes tensiones entre los grupos económicos más poderosos de Buenos Aires, se enfrentaban, por un lado, los comerciantes monopolistas que pretendían mantener el privilegio de ser los únicos autorizados para introducir y vender los productos extranjeros y, por el otro, un grupo social en ascenso, los hacendados, que aspiraban a comerciar de manera directa con Gran Bretaña u otros países, los cuales eran los más importantes clientes y proveedores de esta región. Ese mismo año Moreno, como representante legal de este último sector, escribió la “Representación de los hacendados”, allí defendía con particular agudeza los argumentos a favor del libre comercio y presentaba algunas definiciones reveladoras de su visión de la política y la administración pública. Por varios motivos, el Virrey se vio obligado a dictar una serie de medidas tendientes a liberalizar el comercio con Gran Bretaña, rompiendo así con un monopolio español de siglos.
A partir de la notoriedad alcanzada con la “Representación de los hacendados”, Moreno se acercó a algunos sectores revolucionarios nucleados alrededor de la figura de los hermanos Rodríguez Peña, Castelli y Vieytes, entre otros. Varios de ellos dieron lugar al llamado “carlotismo”, el primer grupo político de criollos que buscaba una salida a la crisis política, aceptando las pretensiones de Carlota Joaquina de Borbón (hermana de Fernando VII y esposa de Juan VI, rey de Portugal), de convertirse en regente de los reinos de América y en “depositaria” de la soberanía del monarca cautivo.
El 18 de mayo de 1810 llegó a Buenos Aires la noticia que, dos meses atrás, las tropas francesas habían entrado en Sevilla y la Junta Central se había autodisuelto, razón por la cual el Virrey Cisneros veía peligrar su autoridad ya que había dejado de existir el órgano que lo había designado en su cargo. Ante la creciente agitación ciudadana, permitió que el 22 de Mayo se llevara a cabo un Cabildo Abierto donde se debatiera “¿si se ha de subrogar otra autoridad a la superior que obtiene el Excelentísimo Señor Virrey, dependiente de la soberanía que se ejerza legítimamente a nombre del Sr. Don Fernando VII y en quién?”. En tres días se produjo una importante convulsión política y social donde comenzaron a gravitar nuevos actores: las milicias urbanas y el ferviente activismo de algunos ciudadanos. Finalmente el 25 de Mayo, el Virrey fue destituido y se constituyó la Primera Junta cuyos integrantes eran: Presidente: Cornelio Saavedra; Vocales: Miguel de Azcuénaga, Manuel Alberti, Manuel Belgrano, Juan José Castelli, Juan Larrea y Domingo Matheu y Secretarios: Mariano Moreno y Juan José Paso. De este modo se abrió el juego para que los pueblos reasumieran su derecho a elegir sus gobernantes, de manera autónoma y bajo nuevas reglas políticas. “Mayo no fue una revolución democrático-burguesa, sino el gatillo de la crisis política del orden precapitalista local; crisis determinada por el hundimiento del centro militar, político e ideológico de la monarquía española a instancias de la invasión francesa”.
Una vez instaurada la Primera Junta, Mariano Moreno fue nombrado Secretario de Gobierno y Guerra y rápidamente se reveló como un gran estratega. Creó la biblioteca pública (la que luego daría origen a la Biblioteca Nacional), fundó una academia de instrucción militar y de matemática para los oficiales, y dio vida al órgano oficial del gobierno revolucionario, la “Gazeta de Buenos Ayres”, de la cual era director y periodista. En uno de sus primeros números, tratando acerca de los deberes del pueblo, decía que éste “no debe contentarse con que sus jefes obren bien; él debe aspirar a que nunca puedan obrar mal. Seremos respetables a las naciones extranjeras, no por riquezas, que excitarán su codicia; no por el número de tropas, que en muchos años no podrán igualar las de Europa; lo seremos solamente cuando renazcan en nosotros las virtudes de un pueblo sobrio y laborioso”.
En pocos meses, su figura fue ganando cada vez más poder, lo cual le hizo cosechar envidias y recelos dentro y fuera del gobierno. Los sectores más radicalizados que pensaban que había llegado la hora para hacer realidad algunos de los postulados de la Revolución Francesa, comenzaron a aglutinarse a su alrededor y el choque con Saavedra, presidente de la Junta y representante de los sectores más conservadores, fue inevitable. Entre junio y noviembre el Secretario estuvo realmente al mando de la revolución y fue el responsable de la mayoría de las medidas más extremas dictadas por la Junta. Sin embargo, en diciembre de 1810, consciente que había sido derrotado por las luchas intestinas y que la Junta Grande inauguraba un nuevo escenario político, decidió presentar su renuncia.
El gobierno le encomendó una misión diplomática en Gran Bretaña y partió del puerto de Buenos Aires en enero de 1811. Nunca pudo llegar a destino, y un mes después de embarcado falleció en alta mar en circunstancias nunca del todo claras. Las palabras que Saavedra pronunciara al hacerse pública la noticia de su muerte, pasaron a la posteridad por la crudeza y vitalidad de su carga emotiva, “hacía falta tanta agua para apagar tanto fuego”. Desde su óptica Moreno era muy peligroso porque había desempeñado en estas tierras el papel del revolucionario exaltado, un “jacobino rabioso”.

De la “Gazeta de Buenos Ayres” y la influencia de Rousseau

Nociones de independencia, soberanía, libertad, igualdad, claves en el proceso de cambio del orden establecido tuvieron su génesis en uno de los autores más destacados del iluminismo francés: Jean Jacques Rousseau. La crítica a la monarquía absoluta, la exaltación de la libertad moral bajo la construcción de un régimen de tipo democrático con amplia participación de los ciudadanos, sin lugar a dudas movilizó a muchos pensadores latinoamericanos y creemos que, entre ellos, Mariano Moreno constituye una figura paradigmática.
Como se mencionó anteriormente, el 7 de Junio de 1810, por orden de la Junta se funda la “Gazeta de Buenos Ayres”, porque “el pueblo tiene el derecho de saber la conducta de sus representantes, y el honor de éstos se interesa en que todos conozcan la execración con que miran aquellas reservas y misterios inventados por el poder para cubrir el delito”. Por ello es que Moreno, por encargo de la Junta, publica por entregas, “El contrato Social” de Rousseau , en cuyo prólogo destaca la magnificencia de la prosa del ginebrino y rescata la idea de un contrato social cuyas condiciones sean beneficiosas para todas la partes, abriendo así la puerta a planteos republicanos basados en los principios de libertad e igualdad.
A pesar de la reverencia y admiración que le generaba este autor, decidió suprimir los pasajes donde el mismo hacía referencia a materias religiosas en virtud que, según su opinión, al tratar acerca de ellas “tuvo la desgracia de delirar”, dejando así una versión incompleta del texto. Esta censura deliberada se debía al reconocimiento e importancia de la Iglesia católica y para no exaltar demasiado los ánimos políticos. No hay que olvidar que muchos sacerdotes participaron activamente del movimiento de Mayo y para la Junta era imprescindible no perder su apoyo. Moreno es enfático en la defensa de la búsqueda del bienestar general del pueblo, el cual debe emanar de la propia voluntad de los ciudadanos, librándose de unas “cadenas” que no poseían al nacer y que fueron impuestas por la vida social, las ciencias y las artes. Así lo expresa cuando hace referencia a “la consolidación de un bien general, que haga palpables a cada ciudadano las ventajas de la constitución y lo interese en su defensa como en la de un bien propio y personal. Esta obra es absolutamente imposible en pueblos que han nacido en la esclavitud, mientras no se les saque de la ignorancia de sus propios derechos que han vivido. El peso de las cadenas extinguía hasta el deseo de sacudirlas; y el término de las revoluciones entre hombres sin ilustración suele ser que, cansados de desgracias, horrores y desórdenes, se acomodan por fin a un estado tan malo o peor que el primero a cambio de que los dejen tranquilos y sosegados”.
Siguiendo lo planteado por el ginebrino, sostiene la necesidad de romper con las “cadenas” sociales y así recuperar la verdadera libertad. Por ello quiere que se disuelva el pacto inicuo del que hablaba Rousseau, cuyo cuestionamiento remite justamente a la legitimidad de las leyes y compromisos de los cuales emana el poder. Para Moreno, “los pueblos aprendieron a buscar en el pacto social la raíz y único origen de la obediencia, no reconociendo a sus jefes como emisarios de la divinidad, mientras no mostrasen las patentes del cielo en que se les destinaba para imperar entre sus semejantes; pero estas patentes no se han manifestado hasta ahora, ni es posible combinarlas con los medios que frecuentemente conducen al trono y a los gobiernos”. De esta forma, el respeto y la obediencia hacia el nuevo gobierno debería ser fruto de la propia voluntad de los ciudadanos, los únicos constructores y depositarios del poder, es decir, de la voluntad general.
Más adelante, al explicar la legitimidad de origen de la Junta, afirmaba que: "las Américas no se ven unidas a los monarcas Españoles por el pacto social que es el único que puede otorgar la legitimidad y el decoro de una dominación. En ningún caso América puede considerarse sujeta a esta obligación -ella no forma parte de la celebración del pacto social del cual los monarcas españoles obtienen el único título de legitimidad de su Imperio. La fuerza y la violencia son la única base de la conquista de estas tierras por el trono Español. No habiendo sido nunca ratificadas por el consentimiento libre y unánime de estos pueblos, nada se ha agregado a la fuerza y a la violencia primitivas, puesto que la fuerza no crea derecho, ni puede legitimar una obligación que nos impide la resistencia, puesto que como decía Jean Jacques Rousseau "recobrando su libertad, por el mismo derecho que se le ha quitado, o está forzado a retomarla, o no se estaba a punto para quitársela". Una y otra vez aparece la idea de recuperación de lazos perdidos, a partir de la “sofocación de esos principios (antiguos), por el despotismo”. Así la caída y detención de Fernando VII, sirven de alguna manera como detonantes que llevan a plantear una conformación previa del orden de las cosas. Esto último implica una ruptura en cuanto a la forma más arraigada de concebir el orden histórico de América.
La idea rusoniana de la soberanía del pueblo, sirvió como punto de partida de la mayoría de los movimientos revolucionarios. Para este autor el contrato social es una comisión del pueblo a un gobernante y no una sumisión. Por ello, de acuerdo a esta lógica, el pacto colonial sería falso porque surgió a partir de la fuerza. Moreno expresará que “es muy glorioso a los habitantes de América verse inscriptos en el rango de las naciones, y que no se describan sus posesiones como factorías españolas pero, quizá no se presenta situación más crítica para los pueblos, que en el momento de su emancipación”. El momento de la independencia supone una bisagra de la política de las naciones, brinda la victoria y adquisición total de la verdadera libertad del ciudadano, al poder crear sus propias leyes y constitución, es decir, darle forma a un tipo de gobierno autónomo y no más dependiente de los designios de las metrópolis de la época.
Las nociones de igualdad y libertad son parte del binomio inspirador revolucionario, una es concomitante con la otra, y no podríamos emprender un camino independiente sin poder o saber administrar estas acepciones. Por ello para Rousseau es tan importante poder recuperar esa libertad moral, perdida cuando el hombre vive en una sociedad civil desigual e injusta. Para poder convertirse en un hombre nuevo es necesario comprender que no se está obligado a obedecer aquello que es un mandato impuesto, que no ha sido acordado por todos. No hay libertad si hay desigualdad y Moreno, plantea que no deben existir las desigualdades, ni siquiera en los aspectos simbólicos. Ese es el espíritu del famoso “Decreto de Supresión de Honores”, su último decreto antes de la renuncia. De la misma forma, si hay desigualdad, tampoco hay ciudadanos, “la libertad de los pueblos no consiste en palabras, ni debe existir en los papeles solamente, los prestigios fueron inventados por los tiranos para sofocar a la naturaleza”. Esta no es entendida como creadora de desigualdad, sino que son los hombres los que marcan las diferencias. De ahí que en el decreto planteará que “si deseamos que los pueblos sean libres, observemos religiosamente el sagrado dogma de la igualdad. Si me considero igual a mis conciudadanos, ¿porqué me he de presentar de un modo que les enseñe que son menos que yo?. Mi superioridad sólo existe en el acto de ejercer la Magistratura que se me ha confiado; en las demás funciones de la sociedad, soy un ciudadano sin derecho a otras consideraciones que merezca mis virtudes”. Se apoya en la idea del carácter artificial de la desigualdad y la noción de que el gobierno no es soberano.
Trata de llamar la atención de la ciudadanía para que sea consciente de que aquella forma de gobierno donde sea posible la mayor participación de los ciudadanos redunda indiscutiblemente en el beneficio del mayor número y es siempre preferible a aquella donde el poder se concentra. Cuestiona la figura del usurpador, el cual gobernaría con violencia, sin justicia ni legalidad, dejando sin margen de acción al verdadero cerebro de la voluntad general que sería expresada básicamente en el Poder Legislativo, el “corazón del Estado”. Al igual que su mentor, considera que este poder es la instancia más importante del gobierno y que los ciudadanos deben adoptar una actitud de devoción y respeto absoluto por la ley. Los gobernantes, son solo simples ejecutores de las leyes que surgieron de la voluntad general. “Que el ciudadano obedezca respetuosamente a los magistrados; que el magistrado obedezca ciegamente las leyes; este es el último punto de perfección de una legislación sabia; esta es la suma de todos los argumentos consagrados a mantener la pureza de la administración”. Las esperanzas que le generaba la posibilidad de una Constitución, también puede ser comparada con la perspectiva ilustrada de la política donde se pensaba que la realidad se adaptaría a la ley. “Esta asamblea respetable formada por los votos de todos los pueblos, concentra desde ahora todas sus esperanzas, y los ilustres ciudadanos que han de formarla, son responsables a un empeño sagrado, que debe producir la felicidad o la ruina de estas inmensas regiones”.
Ante la pregunta si la reunión de un Congreso constituyente era legítima, respondía que ”los vínculos que unen al pueblo, son distintos de los que unen a los hombres entre si mismos: un pueblo es un pueblo antes que darse al Rey, y de aquí es, que aunque las relaciones sociales entre el pueblo y el Rey quedasen disueltas o suspensas por el cautiverio de nuestro Monarca, los vínculos que unen a un hombre con otro en sociedad quedaron subsistentes, porque no dependen de los primeros y los pueblos no debieron de tratar formarse pueblos, pues ya lo eran”. A partir de estas afirmaciones, queda de manifiesto la importancia que le otorga a la unión de los ciudadanos entre sí, de esta manera, los pueblos de América dejan de requerir una legitimidad externa, se bastan a sí mismos y comienzan a constituirse como soberanos.
La figura del consentimiento se remite a la noción de igualdad, sin embargo, vale cuestionarse lo siguiente: si todos somos iguales, ¿porque unos mandan y otros obedecen? Es posible decir que su concepción de ciudadanía, fiel reflejo de su época, se encuentra ligada a la creencia en que el conocimiento es la única vía de acceso a una verdad objetiva. Al igual que el autor de “El Contrato Social”, consideraba que se debía evitar que las riquezas se acumularan en pocas manos porque ella solo traería mayores desigualdades y desequilibrios. Acerca de cómo deben encararse estas y otras cuestiones va a ser el tópico del siguiente documento que analizaremos.

El Plan de operaciones o las urgentes tareas de la revolución

Con respecto al Plan Revolucionario de Operaciones, consideramos que vale la pena hacer una pequeña observación acerca de su naturaleza y origen. Alrededor de 1880, cuando el ingeniero Eduardo Madero preparaba una historia del puerto de Buenos Aires, encontró en el Archivo General de Indias de Sevilla un documento que decía ser copia fiel de un plan revolucionario redactado por el secretario de la Primera Junta. Hizo sacar una copia y se la envió al General Bartolomé Mitre que estaba por ese entonces dándole forma a la que luego sería la historia oficial de la recién organizada República Argentina. La aparición de este documento tuvo consecuencias directas entre los historiadores y en cómo se pensaba el rol desempeñado por el secretario de la Junta durante los febriles y agitados meses que van de mayo a diciembre de 1810.
El Plan destilaba un extremismo revolucionario y una revulsiva apelación al uso de la violencia, la traición y la intriga que poco y nada tenía que ver con la imagen de Moreno que Mitre tenía concebida. Por este y otros motivos, decidió desechar este documento. Poco tiempo después el, por entonces, Ministro de Relaciones Exteriores, José Figueroa Alcorta, pidió a España una nueva copia. Durante décadas se produjo un acalorado debate acerca de la autenticidad de este polémico documento que involucró a figuras de la talla de Groussac, Levene, Puiggrós, Piñeiro y Peña, entre otros. Hoy en día, a partir del análisis de otros documentos secretos de la Junta, es comúnmente aceptado que existen serios indicios que el Plan fue redactado por Moreno (algunos sostienen que Manuel Belgrano colaboró en su elaboración). A menos de dos meses de instaurado el Primer gobierno patrio, el 15 de julio de 1810, la Junta en sesión secreta, le encomendó a Moreno la tarea de “presentar un plan de proposiciones especulativas, que dirijan en parte con arreglo las operaciones de su conato y deseos”.
Desde el comienzo mismo del Plan de Operaciones es posible detectar una marcada impronta rusoniana: “la Patria; ella solamente es el objeto que debe ocupar las ideas de todo buen ciudadano, cuya sagrada causa es la que me ha estimulado a sacrificar mis conocimientos en obsequio de su libertad, y desempeño de mi encargo. En esta atención y cumplimiento de mi deber, sería un reo de lesa patria, digno de la mayor execración de mis conciudadanos, indigno de la protección y gracias que ella dispensa a sus defensores, si habiéndose hecho por sus representantes en mi persona, la confianza de un asunto en que sus ideas han de servir para regir en parte móvil de las operaciones que han de poner a cubierto el sistema continental de nuestra gloriosa insurrección, no me desprendiese de toda consideración aun para con la Patria misma, por lisonjear sus esperanzas con la vil hipocresía y servil adulación de unos pensamientos contrarios, que en lugar de conducirla a los grandes fines de la obra comenzada, sólo fuesen causa de desmoronar los débiles cimientos de ella; y en esta virtud, el carácter de la comisión y el mío, combinando un torrente de razones, las más sólidas y poderosas, uniformando sus ideas, me estrechan indispensablemente a manifestarme con toda la integridad propia de un verdadero patriota”. Patriotismo, libertad, ciudadanía e insurrección continental, he ahí la cuestión. Unas líneas después, dice que previamente a Mayo de 1810, algunos ya habían soñado con la independencia de estas tierras. En su opinión, la oportunidad abierta por la dominación francesa de España y la consiguiente disolución de la Junta Central de Sevilla, no debía ser desaprovechada. La clave de la tarea a realizar era saber conducir la revolución y, obviamente, eso no era un asunto que pudiera tomarse a la ligera, “si no se dirige bien una revolución, si el espíritu de intriga y ambición sofoca el espíritu público, entonces vuelve otra vez el estado a caer en la más horrible anarquía. Patria mía, ¡cuántas mutaciones tienes que sufrir!.”
Como aconsejaba Maquiavelo, para encomendarse a esta encomiable tarea, es necesario seguir el ejemplo de aquellos grandes hombres de la historia que han sabido superar un desafío de esta magnitud. El florentino tenía una particular predilección por la historia clásica (sobre todo la referida a Roma y Grecia), en “El Príncipe” y en “Los discursos sobre la primera década de Tito Livio” hace múltiples referencias a la importancia del conocimiento de la historia y las ventajas que un gobernante puede obtener de ella para afrontar los desafíos del presente. Como buen autor realista, parte de la premisa de que en la historia todo es repetición, los hombres siempre tienen las mismas pasiones y, por ende, la misma causa habrá de producir siempre igual efecto. Moreno parecería hacerse eco de estas afirmaciones en pasajes como el siguiente: “las historias antiguas y modernas de las revoluciones nos instruyen muy completamente de sus hechos, y debemos seguirlos para consolidar nuestro sistema, pues yo me pasmo al ver lo que llevamos hecho hasta aquí, pero temo, a la verdad, que si no dirigimos el orden de los sucesos con la energía que es propia (y que tantas veces he hablado de ella) se nos desplome el edificio”. En la continuación de ese pasaje también es posible descubrir coincidencias con el pesimismo antropológico que éste profesaba, ”el hombre en ciertos casos es hijo del rigor, y nada hemos de conseguir con la benevolencia y la moderación; éstas son buenas, pero no para cimentar los principios de nuestra obra; conozco al hombre, le observo sus pasiones, y combinando sus circunstancias, sus talentos, sus principios y su clima, deduzco, por sus antecedentes, que no conviene sino atemorizarle y obscurecerle aquellas luces que en otro tiempo será lícito iluminarle”. De esta manera, si la coyuntura así lo requiere, a los hombres hay que atemorizarlos y “obscurecerle” algunas “luces”.
Con respecto al miedo, ya Maquiavelo le había aconsejado a los gobernantes que, para la conservación del poder y, por sobre todo, para la perpetuación del Estado, era más beneficioso hacerse temer que hacerse amar. Esto se debe a que lo primero dependía de él mismo y no de la voluble condición y ánimo de los hombres. Así, la violencia estatal debía saberse dosificar para infundir temor pero tratando siempre de evitar generar odio entre los súbditos o gobernados. En “El Príncipe” afirmaba que “un príncipe nuevo, no puede observar todo aquello por lo que los hombres son considerados buenos, y a menudo, para conservar a su Estado, se verá obligado a obrar contra la lealtad, la caridad, la humanidad y contra la religión”.
Maquiavelo postulaba que el gobernante virtuoso era aquel que sabía ponderar cuándo era necesario recurrir a la moderación y cuándo no había más opción que hacer uso de medidas drásticas (en muchos casos, a la violencia, en cierto modo, “hacer el bien mientras sea posible y hacer el mal cuando sea necesario”). En concordancia con esto, Moreno afirma que “la moderación fuera de tiempo no es cordura, ni es una verdad; al contrario, es una debilidad cuando se adopta un sistema que sus circunstancias no lo requieren”. Jamás durante una revolución los gobernantes optaron por la moderación o la tolerancia; en esas circunstancias el menor pensamiento contrario al nuevo sistema, “es un delito por la influencia y por el estrago que puede causar con su ejemplo, y su castigo es irremediable”. Dicho en términos claros y no por ello menos brutales: “los cimientos de una nueva república nunca se han cimentado sino con el rigor y el castigo, mezclado con la sangre derramada de todos aquellos miembros que pudieran impedir sus progresos”.
Las revoluciones (y el movimiento originado a partir de los hechos de Mayo de 1810 era concebido por algunos miembros de su flamante elite dirigente en esos términos), dadas las atribuladas y complejas situaciones que deben afrontar, apelan a la violencia ejercida en contra de aquellos que son definidos como enemigos. Por si quedaba alguna duda de la importancia que daba a este aspecto, sostiene que a nadie “debe escandalizar el sentido de mis voces, de cortar cabezas, verter sangre y sacrificar a toda costa, aun cuando tengan semejanza con las costumbres de los antropófagos y caribes. Y si no, ¿por qué nos pintan a la libertad ciega y armada de un puñal? Porque ningún estado envejecido o provincias, pueden regenerarse ni cortar sus corrompidos abusos, sin verter arroyos de sangre”. Muchas veces las necesidades políticas llevan a tener que recurrir a medios “non sactos”, “en la tormenta se maniobra fuera de regla, y el piloto que salva el bajel, sea como fuere, es acreedor a las alabanzas y a los premios. Las máximas que realizan este plan y hago presentes son, no digo las únicas practicables, sino las mejores y más admisibles, en cuanto se encaminen al desempeño y gloria de la lid en que estamos tan empeñados. ¿Quién dudará que a las tramas políticas, puestas en ejecución por los grandes talentos, han debido muchas naciones la obtención de su poder y de su libertad? Muy poco instruido estaría en los principios de la política, las reglas de la moral, y la teoría de las revoluciones, quien ignorase de sus anales las intrigas que secretamente han tocado los gabinetes en iguales casos: y, ¿diremos por esto que han perdido algo de su dignidad, decoro y opinión pública en lo más principal?”.
Como vimos cuando analizamos los artículos de Moreno en la “Gazeta”, sabemos que Rousseau planteaba en el “El Contrato social”, que, una vez realizado el verdadero contrato social, los ciudadanos dejaban de obedecer las leyes hechas por otros (como cuando los ricos, gracias a un pacto espurio, utilizaban el orden político y jurídico en beneficio de sus intereses), para obedecer, las leyes que ellos mismos se dictaban a partir de la voluntad general. Para él, la instauración de la sociedad y las leyes significó “trabas para los débiles, nuevas fuerzas para los ricos, la destrucción de la libertad natural y el establecimiento de la propiedad y la desigualdad”. Durante ese lapso los hombres estaban inmersos en un estado de guerra similar al hobbesiano y eran esclavos de sus vanidades, ambiciones, mezquindades y demás defectos. En el Plan también podemos intuir reflexiones de este tipo. En la introducción advierte que, “si el interés privado se prefiere al bien general, el noble sacudimiento de una nación es la fuente más fecunda de todos los excesos y del trastorno del orden social. Lejos de conseguirse entonces el nuevo establecimiento y la tranquilidad interior del estado, que es en todos tiempos el objeto de los buenos, se cae en la más horrenda anarquía, de que se siguen los asesinatos, las venganzas personales y el predominio de los malvados sobre el virtuoso y pacífico ciudadano”.
Es muy interesante también prestar atención al punto donde trata acerca de la “conducta gubernativa más conveniente a las opiniones públicas”, es decir, en términos más acordes a los tiempos en que vivimos, la relación existente entre gobernantes, opinión pública y medios de información. Comienza su exposición con una tipología social pergeñada al calor de la Revolución Francesa, así sostiene que “en toda revolución hay tres clases de individuos: la primera, los adictos al sistema que se defiende; la segunda, los enemigos declarados y conocidos; la tercera, los silenciosos espectadores, que manteniendo una neutralidad, son realmente los verdaderos egoístas”. Siguiendo esta idea, la conducta del gobierno en lo concerniente a las relaciones exteriores e interiores, con los puertos extranjeros y sus agentes o enviados públicos y secretos debe ser silenciosa y reservada con el público (es decir, todos los ciudadanos de ese Estado), sin que los enemigos, ni aún lo que denomina “la parte sana del pueblo”, lleguen a comprender nada de lo que sus enemigos exteriores e interiores pudieran rebatir muchas veces de las acciones del gobierno.
A pesar que Moreno en la “Gazeta” en varias ocasiones trató acerca de la libertad de prensa y la imperiosa necesidad de su existencia para el bienestar republicano, en el Plan plantea algo muy distinto que, en realidad se asemeja a la manipulación informativa y da cuenta que era consciente que la lucha en la prensa era un frente de batalla más con los enemigos de la revolución. Allí decía que “la doctrina del Gobierno debe ser con relación a los papeles públicos muy halagüeña, lisonjera y atractiva, reservando en la parte posible, todos aquellos pasos adversos y desastrados, porque aun cuando alguna parte los sepa y comprenda, a lo menos la mayor no los conozca y los ignore, pintando siempre éstos con aquel colorido y disimulo más aparente; y para coadyuvar a este fin debe disponerse que la semana que haya de darse al público alguna noticia adversa, además de las circunstancias dichas, ordenar que el número de Gacetas que hayan de imprimirse, sea muy escaso, de lo que resulta que siendo su número muy corto, podrán extenderse menos, tanto en lo interior de nuestras provincias, como fuera de ellas, no debiéndose dar cuidado alguno al Gobierno que nuestros enemigos repitan y contradigan en sus periódicos lo contrario, cuando ya tenemos prevenido un juicio con apariencias más favorables”.
Con respecto a los enemigos, en su opinión, el gobierno debe mantener una conducta muy distinta a la que se dispensa a los patriotas o a los “silenciosos espectadores”, debe ser de la manera “más cruel y sanguinaria; la menor especie debe ser castigada, y aun en los juicios extraordinarios y asuntos particulares debe siempre preferirse el patriota, porque, siendo una verdad el ser amante a su patria, es digno a que se le anteponga. A la menor semiprueba de hechos, palabras, etc., contra la causa, debe castigarse con pena capital, principalmente cuando concurran las circunstancias de recaer en sujetos de talento, riqueza, carácter, y de alguna opinión; pero cuando recaiga en quienes no concurran éstas, puede tenerse alguna consideración moderando el castigo; pero nunca haciendo de éstos la más mínima confianza”. De esta manera, las medidas represivas van a estar determinadas por una serie de factores, entre los cuales se encuentran la riqueza, el prestigio o la condición social de los enemigos de la Patria. “Cuantos caigan en poder de la Patria de estos segundos exteriores e interiores, como gobernadores, capitanes generales, mariscales de campo, coroneles, brigadieres, y cualesquiera otros de los sujetos que obtienen los primeros empleos de los pueblos que aún no nos han obedecido, y cualesquiera otra clase de personas de talento, riqueza, opinión y concepto, principalmente las que tienen un conocimiento completo del país, situaciones, caracteres de sus habitantes, noticias exactas de los principios de la revolución y demás circunstancias de esta América, debe decapitárselos lo primero, porque son unos antemurales que rompemos de los principales que se opondrían a nuestro sistema por todas caminos; lo segundo, porque el ejemplo de estos castigos es una valla para nuestra defensa, y además nos atraemos el concepto público; y lo tercero, porque la Patria es digna de que se le sacrifique estas víctimas como triunfo de la mayor consideración e importancia para su libertad, no sólo por lo mucho que pueden influir en alguna parte de los pueblos, sino que dejándolos escapar podría la uniformidad de informes perjudicarnos mucho en las miras de las relaciones que debemos entablar”.
Vale decir, con los enemigos declarados de la revolución la conducta debe ser inflexible y de una dureza tal que no haya margen para dudar en encarcelar, fusilar, confiscar bienes o desterrar. El fusilamiento de Liniers, Gutiérrez de la Concha, Allende y Rodríguez y el contador Moreno, en Córdoba y otras figuras prominentes en el Alto Perú, muestra que esta política era mucho más que mera retórica. Una vez más, la coyuntura y el decisionismo de los que están en condiciones de gobernar van a dar forma a las medidas revolucionarias. En relación a los individuos que se encuentran en el tercer grupo, los silenciosos, “también será de la obligación del Gobierno hacer celar su conducta, y los que se conozcan de talento y más circunstancias, llamarlos, ofrecerles, proponerles y franquearles la protección que tenga a bien el Gobierno dispensarles, a proporción de empleos, negocios y demás, sin dejar de atender a la clase de bienes que gozan y la cantidad de sus caudales y trabas que los liguen, sin hacer nunca una manifiesta confianza hasta penetrar sus intenciones y su adhesión, practicándose esto por aquellos medios que son más propios y conducentes”. Cierra su reflexión acerca de este aspecto de una manera donde se percibe que está siguiendo algunas otras lecciones del padre de la ciencia política y, en particular aquella donde postulaba que la mayoría del pueblo era vulgo y se dejaba llevar por las apariencias o el éxito de las empresas. “Mostrando sólo los buenos efectos de los resultados de nuestras especulaciones y tramas, sin que los pueblos penetren los medios ni resortes de que nos hemos valido, atribuyendo éstos sus buenos efectos a nuestras sabias disposiciones, afianzaremos más el concepto público, y su adhesión a la causa”. Reafirmando esta idea, dice que “los pueblos nunca saben, ni ven, sino lo que se les enseña y muestra, ni oyen más que lo que se les dice”.
Poco más adelante, tratando acerca de la forma en que debe tratarse a los patriotas que hayan delinquido, sostiene que “todos los verdaderos patriotas, cuya conducta sea satisfactoria, y tengan dado de ella pruebas relevantes, si en algo delinquiesen, que no sea concerniente al sistema, débese siempre tener con éstos una consideración, extremada bondad: en una palabra, en tiempo de revolución, ningún otro debe castigarse, sino el de incidencia y rebelión contra los sagrados derechos de la causa que se establece; y todo lo demás debe disimularse”. La gravedad de la coyuntura revolucionaria, tornaba imperioso pasar por alto o dejar sin castigo los delitos cometidos por los considerados “verdaderos patriotas”. Como señalamos anteriormente, las urgencias del momento hacían necesario también apelar a medios que en otro momento serían concebidos de manera negativa. Así, aconsejaba que debía “irse haciendo publicar las demás providencias con alguna lentitud, sin mostrar de golpe el veneno a los pueblos envejecidos en sus costumbres antiguas; y así, luego deben de hacerse fijar edictos en todos los pueblos y su campaña, para que cualquiera delincuente de cualquiera clase y condición que haya sido su delito, y que hubieren causas abiertas en los respectivos tribunales, presentándose y empleándose en servicio del Rey, quedarán exentos de culpa, pena y nota, entregándoseles las mismas causas para que no quede indicio alguno, bajo el concepto de que a cada uno se le empleará conforme a sus talentos y circunstancias”. Poco después, explica qué debe hacerse con estos “delincuentes útiles”, “luego que el Estado se consolide se apartan como miembros corrompidos que han merecido la aceptación por la necesidad. Lo importante es que los dirigentes revolucionarios sepan reconocer los talentos y méritos que pueden obtenerse de estos individuos y luego, tener conocimiento acerca de la manera más conveniente de utilizarlos en beneficio de la causa (es decir, en este caso, de la Patria).
Como muchos de sus contemporáneos, pensaba que la elite intelectual dirigente era la que debía conocer a ciencia cierta la “verdad efectiva de las cosas”, siguiendo el léxico de Maquiavelo. Las medidas gubernamentales (ya sea “estratagemas, proposiciones, sacrificios, regalos, intrigas, franquicias”, etc) van a estar determinadas por las circunstancias y, de cierto modo, la Junta al encomendarle a su secretario la tarea de elaborar este Plan de Operaciones, estaría confiando en la calidad de sus dotes intelectuales para definir la coyuntura y, por ende, la plausibilidad o conveniencia de las medidas a tomar. De conocerse algunos de estos motivos o acciones que debían mantenerse en reserva, se comprometerían muchos de aquellos instrumentos que podrían utilizarse y se correría el riesgo de no poder recurrir a esos resortes en lo sucesivo y, lo que es más peligroso, se verían comprometidos los favores o la adhesión de la opinión pública.
Moreno dedica varias páginas a explicar la política que, a su entender, debería seguirse con respecto al Brasil, más precisamente a las posesiones portuguesas lindantes con el Virreinato del Río de la Plata. “Cuando las estrechas relaciones de una firme alianza con la Inglaterra nos proporcionen la satisfacción de nuestros deseos con aquel gabinete, nuestros ministros diplomáticos deben entablar los principios de enemistades e indisposiciones entre Portugal y la Inglaterra; y tomando los asuntos aquel aspecto que nos sea satisfactorio, debemos entrar a las proposiciones de los rompimientos con Portugal, con relación a conquistar la América del Brasil, o la parte de ella que más nos convenga, luego de combinar nuestros planes, que para el efecto trabajaremos con antelación, por medio de las guerras civiles; combinando al mismo tiempo, por medio de los tratados secretos con la Inglaterra, los terrenos o provincias que unos y otros debemos ocupar, y antes de estas operaciones hemos de emprender la conquista de la campaña del Río Grande del Sud, por medio de la insurrección, y los intereses que sacrificaremos bajo el aspecto de proteger la independencia, y los derechos de su libertad”. Pensaba que una vez logrado del objetivo de separar a Río Grande do Sul del influjo de la corona portuguesa sería necesario “españolizar” a esa población y, además fomentar el asentamiento de hombres y mujeres provenientes de la Banda Oriental u otras provincias del nuevo estado en formación. Es posible pensar que pecaba de cierta ingenuidad o mero intelectualismo al pensar que los pobladores de esta región iban a prestarse graciosamente a un proceso de aculturación y conquista de este estilo (más tomando en cuenta los recelos y competencias existentes entre portugueses y españoles en el cono sur). Lo planteaba en términos tan directos como el siguiente: ‘’en los dichos destinos del Río Grande deben abolirse ya, en este caso, las escuelas y otras clases de estudios, en los niños de cinco años para arriba, en el idioma portugués, remitiéndose maestros que enseñen en castellano y lo mismo sacerdotes para los mismos fines”.
Cuando trata acerca de cuestiones económicas sostiene que es necesario que “se prohíba absolutamente que ningún particular trabaje minas de plata u oro, quedando el arbitrio de beneficiarla y sacar sus tesoros por cuenta de la Nación, y esto por el término de diez años (más o menos) imponiendo pena capital y confiscación de bienes”. No es hay que caer en el error de considerar que Moreno constituye un proto socialista o que está pensando en nacionalizar las minas. “Por cuenta de la nación” en este contexto histórico remite a la Corona de Castilla, al patrimonio personal del monarca no sujeto a control de Parlamento estamental. Ahora bien, como la Junta actuaba como poder “subrogado” la propiedad del monarca, sustitutivamente, quedaba a su cargo”. De modo que sólo se proponía asegurarse que la plata potosina llegara a puerto, es decir que Buenos Aires pueda disponer de estos recursos para poder financiar un aparato político militar centralizado capaz de sostener el esfuerzo bélico.
A modo de cierre, podemos decir que, al igual que Maquiavelo, el Moreno del Plan de Operaciones no se caracterizaba por sostener lo “políticamente correcto”, es más, podríamos decir que no dudaba en escandalizar a los tibios y mostrar las entrañas de una revolución en toda su crudeza. Sin embargo, a pesar de esto, Moreno dice que algunas de sus “ideas que no es posible encomendadas al papel”.


Avizorando unas Conclusiones Tentativas

El ejemplo histórico francés mostraba a una revolución política y otra social, articuladas por un nuevo orden jurídico, financiero y militar. Nada de esto sucedió en el Río de la Plata en 1810. Una vez producido el estallido revolucionario no se alteró significativamente el orden social existente, ni se modificó la legislación vigente. “Cada vez que la revolución social amenazó con estallar, cada vez que realmente estalló, criollos y españoles unificaron sus fuerzas para aplastarla. Esta es la primera diferencia decisiva con la Revolución Francesa (la otra está dada por la falta de desarrollo capitalista del mundo hispano colonial). Indios, zambos, negros, mulatos y mestizos recibieron una y otra vez una enseñanza inequívoca: sólo podían ser masa de maniobra de un cambio político de la región”.
A pesar de las diferencias manifiestas entre las características distintivas de los procesos emancipadores latinoamericanos y la Revolución Francesa, “la legitimación de los nuevos Estados emergentes no podía construirse sin el horizonte abierto por el ideario de los derechos del hombre y del ciudadano”. En consonancia con esto las coronas europeas y muchos de los sectores conservadores en América latina consideraban que el anhelo independentista era producto del accionar de grupos identificados con los jacobinos y, por contrapartida, muchos de los más fervientes partidarios de la revolución tomaban categorías de análisis y cosmovisiones de la Francia revolucionaria.
Además de lo antes mencionado, la Revolución de Mayo tuvo, a diferencia de la Revolución Francesa, un sello indiscutiblemente cristiano. Los integrantes del Primera Junta juraron desempeñar legalmente sus cargos, hincados de rodillas y poniendo la mano derecha sobre los Santos Evangelios. Pocas horas después, decidieron celebrar este acontecimiento institucional con un solemne Tedeum, notificándolo al Cabildo Eclesiástico quien aceptó de buena manera.
En relación al controvertido Plan, es posible sostener que “no constituye un proyecto sin desenvolver, derrotado con la salida del secretario de Guerra de la Primera Junta, sino la estrategia que los distintos gobiernos aplicaron hasta la catástrofe de Sipe-Sipe”. De este modo, dejando de lado algunos aspectos, el Plan permite entender los lineamientos generales que la revolución llevó entre Mayo de 1810 y la derrota que, en 1815, significó la pérdida definitiva del Alto Perú.
Por más que en varios artículos publicados en la “Gazeta” trataba acerca de la nueva coyuntura abierta por la cautividad del monarca español y la consiguiente ruptura de un pacto social sustentado en la fuerza, en el Plan de Operaciones aconsejaba continuar la ambigüedad de una Junta de gobierno que dice gobernar en nombre de su fidelidad al “bien amado” rey preso. En su opinión, esta decisión política estaría determinada por motivos tácticos y de política internacional, más que emocionales. Así, para él, “el misterio de Fernando es una circunstancia de las más importantes para llevarla siempre por delante, tanto en la boca como en los papeles públicos y decretos, pues es un ayudante a nuestra causa el más soberbio; porque aun cuando nuestras obras y conducta desmientan esta apariencia en muchas provincias, nos es muy del caso para con las extranjeras”.
Mariano Moreno es un autor de una riqueza tal que se presta a múltiples interpretaciones y, muchas veces, se cree que las contradicciones entre algunos de sus escritos sólo son entendibles alegando que no pueden haber sido obra de la misma persona. Para otros, entre los cuales nos encontramos, esta objeción puede subsanarse sosteniendo que en realidad, Moreno distingue entre el instante fundacional de un Estado (necesariamente violento y confuso) y la administración de la normalidad, basada en la división de poderes. De esta manera no habría contradicción de fondo entre la “Representación de los hacendados”, el “Plan de operaciones y los artículos de la “Gazeta de Buenos Ayres”.
Como mencionamos al inicio de este artículo, en los últimos años, se ha producido una importante revalorización de la figura de Moreno, en el marco del surgimiento de una nueva forma de ver la historia argentina. De esta manera, a diferencia del Moreno bosquejado por la historia oficial (anclado en el liberalismo económico, la defensa de la libertad de prensa y ferviente impulsor de la educación pública), se comenzó a destacar su carácter revolucionario, analizando así sus cualidades intelectuales pero enlazadas con las dificultades propias de la práctica política. El hecho que durante unos pocos meses haya demostrado una energía y capacidad poco común, que fuera consumido por las luchas internas y que haya muerto joven (a los 33 años), son reinterpretados desde esta óptica. Este gran hombre dejó testimonio del accionar impetuoso y necesario que debía llevarse a cabo en aras de la revolución. Fue, por sobre todas las cosas, un ferviente defensor de las libertades ciudadanas, la soberanía del pueblo, la libertad y la igualdad. Nos legó su deseo inamovible de romper las cadenas de opresión tanto externas como internas.
En definitiva, un personaje digno ser rescatado del panteón gris de los próceres.

Bibliografía

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viernes, 4 de junio de 2010



En el marco de los festejos por el Bicentenario de la Revolución de Mayo decidimos escribir un artículo basado en los escritos revolucionarios de Mariano Moreno. De este modo, analizaremos algunos pasajes del "sabiecito del sur", tratando de resaltar las influencias que pueden haber ejercido en su pensamiento autores de la talla de Rousseau y Maquiavelo.

Subimos el trabajo pero, vale aclarar que, nuestras actuales limitaciones informáticas, han impedido (al menos por el momento) que pueda verse el texto de la mejor manera y todavía no dimos con la forma para que se puedan leer las numerosas notas al pie.